



Este oficio mío, que consiste simplemente en contar y cantar las cosas que nos han pasado y no las que nos van a suceder, tiene la ventaja de que en pocas ocasiones tiene que reconocer equívocos y pedir perdones. Eso sólo nos pasa cuando queremos invadir el territorio de las pitonisas y nos atrevemos a predecir cosas que probablemente serán realidad.
Todos cometemos equívocos y a todos nos molesta en la intimidad reconocer los yerros. Hoy me encuentro en una situación singular: reconozco mi error, pido perdón y me siento gozoso con todo ello.
Durante semanas enteras estuvo repicando sobre la campana del tremendo error que las autoridades civiles y religiosas de México estaban cometiendo al cerrar las puertas, calles, entorno, estaciones del metro otras vías de transporte, y especialmente el santuario de la Basílica de Guadalupe el pasado 12 de diciembre –un día antes y otro después– para evitar las muy previsibles e históricamente documentadas concentraciones de humanos en la iglesia, propiciando el contagio.
Dije, y repito, que no había fuerza de toletes, cargas de gases batallones de policías o chorros de agua, que retuvieran la fe mexicana hacia su patrona histórica y que en número de millones se había congregado cada año en torno del arabesco edificio que diseñó Pedro Ramírez Vázquez al lado de la vieja y abandonada Basílica de Guadalupe. Por allá por el monte de Tepeyac, al norte de Tlatelolco.
Me equivoqué. Lo reconozco, pido perdones y sin embargo me da gusto: los mexicanos, marianos, guadalupanos fervientes, le hicieron caso a las autoridades civiles y no fueron a la Basílica de la Guadalupana.
Puede haber sido el miedo a los toletes, el recurso del método disuasivo del corte de transporte y de las vallas. Desde luego, juega un papel importantísimo el miedo en que nos ha envuelto esta pandemia.
Todo puede haber sido. Lo que a mí me queda muy claro es que los mexicanos, guadalupanos, morenistas o lo que sean, le dieron a su presidente López una lección de lo que quiere decir resiliencia y empatía, palabras que López Obrador confiesa desconocer.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, señor Presidente, ¿por qué no le hizo caso a su –nuestra– embajadora en Washington cuando le sugirió felicitar a Biden? Nos hubiéramos ahorrado muchas vergüenzas presentes y dificultades futuras con el gobierno de Estados Unidos, que –me parece– algo importa.
felixcortescama@gmail.com